¡Qué estrés!
Ya empezaron las clases en la UCAB. El rector se fue de sádico y convocó a profesores y estudiantes a reintegrarse a partir del 3 de enero. Imagínense qué "gentío" hubo aquí durante la semana pasada.
Como suele pasar en los semestres que empiezan en octubre, el retorno en enero marca la recta final. Carrerones, entregas de trabajos, fechas de evaluaciones cambiadas, callejones casi sin salida y el inevitable estrés que surge en consecuencia. Mañana tengo que entregar mi reportaje gráfico. Para el miércoles debo haber encuestado a un grupo de personas y no he hecho eso aún. El jueves tengo que entregar una carta ficticia y todavía no me he instalado a escribirla. Todas las semanas nos mandan asignaciones que debemos entregar una semana después. Para dentro de tres semanas nos mandaron un trabajo final en Diseño Periodístico: un proyecto de periódico, temático o general. Los infelices directores de la escuela de Comunicación Social dieron la orden de que todos los profesores de materias cuya evaluación es continua deben entregar sus notas para la última semana de enero. Eso nos quitó una semana de margen y nos puso a parir a todos. Para mí, que no tengo computador propio, la cosa es dramática porque me toca quedarme todos los días en la universidad, brincando de laboratorio en laboratorio para hacer los trabajos.
Por suerte, soy calvo. Si tuviera cabello ya me lo habría arrancado todito por la condenada tensión. Como mi cabeza está en vías de parecerse cada vez más a una rodilla, entonces mi drenaje de estrés son los dedos: me los sueno como 15 veces cada día. Y cuando me hablan respondo gritando (ojo, no de rabia. Simplemente no domino el volumen de mi voz y grito creyendo que mi interlocutor es sordo). El ceño se me frunce más a menudo. En las mañanas me miro al espejo y un loco con los ojos brotados, calvito y algo canoso me devuelve la mirada. Sí, ya sé, ya sé, ya sé, siempre es igual y Dios proveerá. Lo mejor del cuento es que estoy empezando a acostumbrarme a la carga de estrés. ¿Será masoquismo o que de verdad me gusta esta maldita carrera? ¡¡¡AAAAAAAAAAAAARGGHHHHHHHHHHHHHHH, PROFESORES BASTARDOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOS!!!
Ya. Qué rico. ¡Otra vez me salió la sonrisa Pepsodent, jijiji! Me voy, tengo que redactar el perfil biográfico de un fotógrafo que en su casa lo conocen, debo revelar un rollo, leerme un texto de Diseño de diarios, buscar un libro de mercadotecnia porque tengo examen en dos semanas, repasar para presentar un examen de suficiencia de Inglés, investigar sobre Ideologías porque tenemos exposición en quince días, cuadrar para empezar a hacer un micro en radio, hacer un bojote de llamadas, escribir unas fotoleyendas... ¡Chao!
Como suele pasar en los semestres que empiezan en octubre, el retorno en enero marca la recta final. Carrerones, entregas de trabajos, fechas de evaluaciones cambiadas, callejones casi sin salida y el inevitable estrés que surge en consecuencia. Mañana tengo que entregar mi reportaje gráfico. Para el miércoles debo haber encuestado a un grupo de personas y no he hecho eso aún. El jueves tengo que entregar una carta ficticia y todavía no me he instalado a escribirla. Todas las semanas nos mandan asignaciones que debemos entregar una semana después. Para dentro de tres semanas nos mandaron un trabajo final en Diseño Periodístico: un proyecto de periódico, temático o general. Los infelices directores de la escuela de Comunicación Social dieron la orden de que todos los profesores de materias cuya evaluación es continua deben entregar sus notas para la última semana de enero. Eso nos quitó una semana de margen y nos puso a parir a todos. Para mí, que no tengo computador propio, la cosa es dramática porque me toca quedarme todos los días en la universidad, brincando de laboratorio en laboratorio para hacer los trabajos.
Por suerte, soy calvo. Si tuviera cabello ya me lo habría arrancado todito por la condenada tensión. Como mi cabeza está en vías de parecerse cada vez más a una rodilla, entonces mi drenaje de estrés son los dedos: me los sueno como 15 veces cada día. Y cuando me hablan respondo gritando (ojo, no de rabia. Simplemente no domino el volumen de mi voz y grito creyendo que mi interlocutor es sordo). El ceño se me frunce más a menudo. En las mañanas me miro al espejo y un loco con los ojos brotados, calvito y algo canoso me devuelve la mirada. Sí, ya sé, ya sé, ya sé, siempre es igual y Dios proveerá. Lo mejor del cuento es que estoy empezando a acostumbrarme a la carga de estrés. ¿Será masoquismo o que de verdad me gusta esta maldita carrera? ¡¡¡AAAAAAAAAAAAARGGHHHHHHHHHHHHHHH, PROFESORES BASTARDOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOS!!!
Ya. Qué rico. ¡Otra vez me salió la sonrisa Pepsodent, jijiji! Me voy, tengo que redactar el perfil biográfico de un fotógrafo que en su casa lo conocen, debo revelar un rollo, leerme un texto de Diseño de diarios, buscar un libro de mercadotecnia porque tengo examen en dos semanas, repasar para presentar un examen de suficiencia de Inglés, investigar sobre Ideologías porque tenemos exposición en quince días, cuadrar para empezar a hacer un micro en radio, hacer un bojote de llamadas, escribir unas fotoleyendas... ¡Chao!
Comentarios
Mucho éxito en tus asignaciones y me encantó tu blog.
Besitos, Mary.
PD: Ciertamente me reflejo muchiiiiiisimo en el poema.
Pero asi y todo esres uncalvito,canoso hermoso....
Besillos guaros