Recordando...
Hace dos días mi mamá se fue de viaje por unas diligencias que tiene pendientes. Mi papá y yo fuimos con ella al terminal de buses y mientras esperábamos a que llamaran a abordar, me puse a contemplar la gente. Vi varias escenas que me recordaron vivencias pasadas.
A un lado veo una pareja que acaba de juntarse. La muchacha acaba de llegar de Mérida y él fue a recibirla. Se fundieron en un abrazo que parecía no terminar nunca. En ese abrazo —largo, tierno, cálido y lleno del más hermoso amor— quedó traducido el final de una espera, con todo y la ansiedad que siempre rodea a las parejas separadas que saben que se van a ver de nuevo.
El abrazo dio paso a un beso igualmente largo y luego él fue a buscar el equipaje de ella. Por último, se tomaron de la mano y abandonaron el terminal. Esa parejita era toda sonrisas y felicidad. Ella comenzó a contarle cosas de su viaje, o al menos eso supongo yo. Ambos hablaban como si les hubiesen quitado un tapón de la boca. Una de esas escenas que uno ve y se siente contagiado de la felicidad que ambos emanan. De más está decir que sentí sana envidia al verlos así de felices.
Y claro, la otra cara de la moneda se me apareció a pocos pasos. Otra pareja, pero en este caso se estaba separando. La despedida no podía ser más dolorosa. Ella estaba congestionada por el llanto. Ambos se abrazaban como si quisieran que ese abrazo les durara hasta que volvieran a unirse. No se despegaban para nada. Él la acompañó a ella al cafetín del terminal a comprar chucherías para el camino. Él la miraba con una tristeza inmensa y ella se mordía los labios para no llorar más. Deambulaban por el área del terminal, no se sentaban, permanecían de pie en un sitio, luego caminaban a otro lugar, se miraban, conversaban... Hacían cualquier cosa con tal de olvidar qué hacían allí.
Así mataron el tiempo hasta que por los altavoces se oyó el llamado para subir al autobús. Ahí ambos terminaron de desarmarse y el último abrazo fue el más largo de todos. Ella se puso roja, totalmente trancada. Lágrimas iban y venían. Así duraron varios minutos hasta que el llamado se repitió y él fue con ella hasta la cola de pasajeros que se montaban. Un último beso, una última señal de adiós por parte de ella antes de desaparecer en las entrañas del autobús. Él se quedó en el andén a ver el vehículo que arrancaba y alejaba a su media naranja de él.
Cuando el autobús desapareció en la oscuridad de la noche, él embutió las manos en sus bolsillos, dio media vuelta y se fue del terminal. Caminaba arrastrando los pies y cabizbajo, como si la partida de su chica le hubiera puesto una carga gigantesca en los hombros.
Ambos cuadros me hicieron recordar mi propia situación hasta hace poco más de un año, cuando aún tenía novia. Fue una relación a distancia y ambas escenas las vivimos a cada rato, hasta que ya, hasta el hartazgo. Los reencuentros eran superamorosos y las despedidas, desgarradoras. Con abrazos, besos y miradas, tanto en las llegadas como las despedidas. Cada vez que yo iba a Barquisimeto, el corazón se me aceleraba a medida que mi autobús se tragaba los kilómetros de por medio. Y cuando el día de mi partida se acercaba, me amargaba más y más hasta que cuando me iba, sentía que algo se me rompía por dentro. A ella le pasaba igual, no sólo cuando yo me tenía que alejar de ella, sino cuando ella venía a Caracas y debía irse.
Vi estas dos parejas en el terminal, recordé cómo era mi propia vida hace tiempo y las reflexiones salen sin querer. No extraño para nada esa situación y en serio no volvería a vivir algo así ni muerto, ni gratis ni que me paguen. Los amores a distancia son muy bellos e intensos pero hay que ver cómo se sufre por ellos.
El tiempo que uno pasa al lado de la novia nunca es suficiente. El tiempo de separación se hace largo. Exasperantemente largo. El único modo de comunicación posible son los mensajitos de texto. No porque el teléfono no sirva, sino porque los textos permiten un contacto más constante. Pero igual, hay cosas que a la larga obstinan y eso fue lo que me pasó a mí al final. La distancia es demasiado grande, las inseguridades afloran de lado y lado, y el amor termina por morirse. Ni modo, cosas de la vida.
Lo que sí extraño es la ansiedad que me producía el viaje de ida, de reencuentro. La sensación es única, no hay nada que se le compare. Supongo que uno siempre se queda con lo bueno de esas experiencias y desecha lo malo. Sé que esa ansiedad es la misma que se siente cuando sabes que estás frente a alguien que te ama como tú a ella, que es capaz de dar lo que sea por ti, igual que tú por ella. No hay nada como querer a alguien que te quiere igual y que además se deja querer por ti.
Quién sabe, a lo mejor el día de mañana me volveré a encontrar con algo así y ni me lo sospecho. Ojo, disfruto muchísimo mi actual soledad; todo el que me conoce sabe lo ermitaño que soy y lo que me encanta pedir espacio y tiempo para mí. Pero qué se hace, a veces a uno se le doblan las piernas y se pregunta "¿Qué tal si volviera a probar a ver si me va bien y consigo otra mujer?".
Total, uno no sabe qué va a pasar el día de mañana.
Disculpen tantas pacas de paja en un solo post. Cuando me pongo reflexivo, los tapones se me vuelan y la cosa es peor si tengo un teclado por delante, jejeje! Y ahora que releo mi post me doy cuenta de que me hacía bastante falta escribir lo que me rondaba la cabeza. Cuídense y nos leemos.
A un lado veo una pareja que acaba de juntarse. La muchacha acaba de llegar de Mérida y él fue a recibirla. Se fundieron en un abrazo que parecía no terminar nunca. En ese abrazo —largo, tierno, cálido y lleno del más hermoso amor— quedó traducido el final de una espera, con todo y la ansiedad que siempre rodea a las parejas separadas que saben que se van a ver de nuevo.
El abrazo dio paso a un beso igualmente largo y luego él fue a buscar el equipaje de ella. Por último, se tomaron de la mano y abandonaron el terminal. Esa parejita era toda sonrisas y felicidad. Ella comenzó a contarle cosas de su viaje, o al menos eso supongo yo. Ambos hablaban como si les hubiesen quitado un tapón de la boca. Una de esas escenas que uno ve y se siente contagiado de la felicidad que ambos emanan. De más está decir que sentí sana envidia al verlos así de felices.
Y claro, la otra cara de la moneda se me apareció a pocos pasos. Otra pareja, pero en este caso se estaba separando. La despedida no podía ser más dolorosa. Ella estaba congestionada por el llanto. Ambos se abrazaban como si quisieran que ese abrazo les durara hasta que volvieran a unirse. No se despegaban para nada. Él la acompañó a ella al cafetín del terminal a comprar chucherías para el camino. Él la miraba con una tristeza inmensa y ella se mordía los labios para no llorar más. Deambulaban por el área del terminal, no se sentaban, permanecían de pie en un sitio, luego caminaban a otro lugar, se miraban, conversaban... Hacían cualquier cosa con tal de olvidar qué hacían allí.
Así mataron el tiempo hasta que por los altavoces se oyó el llamado para subir al autobús. Ahí ambos terminaron de desarmarse y el último abrazo fue el más largo de todos. Ella se puso roja, totalmente trancada. Lágrimas iban y venían. Así duraron varios minutos hasta que el llamado se repitió y él fue con ella hasta la cola de pasajeros que se montaban. Un último beso, una última señal de adiós por parte de ella antes de desaparecer en las entrañas del autobús. Él se quedó en el andén a ver el vehículo que arrancaba y alejaba a su media naranja de él.
Cuando el autobús desapareció en la oscuridad de la noche, él embutió las manos en sus bolsillos, dio media vuelta y se fue del terminal. Caminaba arrastrando los pies y cabizbajo, como si la partida de su chica le hubiera puesto una carga gigantesca en los hombros.
Ambos cuadros me hicieron recordar mi propia situación hasta hace poco más de un año, cuando aún tenía novia. Fue una relación a distancia y ambas escenas las vivimos a cada rato, hasta que ya, hasta el hartazgo. Los reencuentros eran superamorosos y las despedidas, desgarradoras. Con abrazos, besos y miradas, tanto en las llegadas como las despedidas. Cada vez que yo iba a Barquisimeto, el corazón se me aceleraba a medida que mi autobús se tragaba los kilómetros de por medio. Y cuando el día de mi partida se acercaba, me amargaba más y más hasta que cuando me iba, sentía que algo se me rompía por dentro. A ella le pasaba igual, no sólo cuando yo me tenía que alejar de ella, sino cuando ella venía a Caracas y debía irse.
Vi estas dos parejas en el terminal, recordé cómo era mi propia vida hace tiempo y las reflexiones salen sin querer. No extraño para nada esa situación y en serio no volvería a vivir algo así ni muerto, ni gratis ni que me paguen. Los amores a distancia son muy bellos e intensos pero hay que ver cómo se sufre por ellos.
El tiempo que uno pasa al lado de la novia nunca es suficiente. El tiempo de separación se hace largo. Exasperantemente largo. El único modo de comunicación posible son los mensajitos de texto. No porque el teléfono no sirva, sino porque los textos permiten un contacto más constante. Pero igual, hay cosas que a la larga obstinan y eso fue lo que me pasó a mí al final. La distancia es demasiado grande, las inseguridades afloran de lado y lado, y el amor termina por morirse. Ni modo, cosas de la vida.
Lo que sí extraño es la ansiedad que me producía el viaje de ida, de reencuentro. La sensación es única, no hay nada que se le compare. Supongo que uno siempre se queda con lo bueno de esas experiencias y desecha lo malo. Sé que esa ansiedad es la misma que se siente cuando sabes que estás frente a alguien que te ama como tú a ella, que es capaz de dar lo que sea por ti, igual que tú por ella. No hay nada como querer a alguien que te quiere igual y que además se deja querer por ti.
Quién sabe, a lo mejor el día de mañana me volveré a encontrar con algo así y ni me lo sospecho. Ojo, disfruto muchísimo mi actual soledad; todo el que me conoce sabe lo ermitaño que soy y lo que me encanta pedir espacio y tiempo para mí. Pero qué se hace, a veces a uno se le doblan las piernas y se pregunta "¿Qué tal si volviera a probar a ver si me va bien y consigo otra mujer?".
Total, uno no sabe qué va a pasar el día de mañana.
Disculpen tantas pacas de paja en un solo post. Cuando me pongo reflexivo, los tapones se me vuelan y la cosa es peor si tengo un teclado por delante, jejeje! Y ahora que releo mi post me doy cuenta de que me hacía bastante falta escribir lo que me rondaba la cabeza. Cuídense y nos leemos.
Comentarios
P.D. Escribi al correo que me dejaste y me decia algo así como incorrecto :( Que pasaría?
Mientras la leía, la imagen se formaba en mi mente sin dificultad alguna...
El amor... (suspiro) ... hay tanto que decir y tan poco espacio!
Un saludo!!
P.D.: ajáááá, te pillé en un post por allí diciéndole DESGRACIADOS a cierto equipo. Pao, pao, mira que yo soy de la squadra también!!!
No me generalices los insultosss jajaja!
A mí me ha tocado con toooooooodos mis amores. Y fíjate que en ninguna de las veces que lo viví terminó por culpa de la distancia. No lo había pensado.
Me encanto, me emocionaste, me trajistes tristes y alegres recuerdos. Una vez más gracias!
Besos que ladran!
Más allá de la experiencia personal que narras, quiero decirte que comparto lo que expresas. El amor es un sentimiento muy bonito, y las situaciones que en medio de él se viven son tas especiales que uno quisiera repetirlas en el mismo instante en que observa a una pareja feliz.
Pero bueno, cada quien tiene su tiempo y su alma gemela. Si aún no ha llegado, seguro no dejará de existir el momento en que hará acto de presencia. Todo es cuestión de tener calma y de seguir disfrutando la vida con las experiencias que te brinda, con amigos que te quieren y tratan de hacerte igualmente feliz.
De mi parte, sabes que siempre seré una de ellas para ti. Un beso gigante. TQM y continúa dejando que tus dedos nos hagan llegar lo especial que eres.
Un abrazo